Te hablo como si me hablara a mí misma. Con el mismo amor con el que me hablo, te hablo. Te escribo así como me escribo. Me escribo desde hace muchos años, como escribiendo una carta a la que seré en el futuro, para darle la bienvenida.
Escribo como quien guarda en una cajita recortes de revistas, postales de viaje, impresiones cotidianas: la entrada al cine, una servilleta con promesas y firmas, una hoja seca, semillas aladas, una pluma.
Escribo para alimentar el azar que me hará, en algún momento, abrir esta caja y recordar las que he sido; volver a ver la escena de esa película, retomar esa antigua promesa o sembrar las semillas.
Escribo para instalarme de lleno en el instante que me habita; para ejercer los oficios de la curiosidad y la imaginación. Escribo para descubrir qué palabras son estas y hacia dónde se dirigen.
Escribo por el puro gozo de escribir.
Escribo y, luego, en el encuentro, en el compartir lo escrito, me doy cuenta de que no hay distancia entre quien lee y quien escribe. Las palabras hacen visible la sustancia líquida en que confluimos. Las palabras revelan nuestros motivos más profundos y cubren con un halo de música las verdades compartidas. Nos desnudan y nos visten. Ésa es su magia. El misterio que me ocupa.
Escribo como si de esas palabras surgiera mi cuerpo, esta materialidad, esta habitación, la mano que escribe. Escribirme es crearme, develar la narrativa interna que me constituye y contarme entonces historias inéditas.
Escribir es conjurar, me digo, e inserto una definición de esa palabra: aliarse con alguien, en general mediante juramento, para algún fin.
Mis aliadas son las palabras. El fin es la experiencia misma de la vida. No sólo la vida vivida a través de las palabras —el viaje que es todo libro o el registro de la vida y de los viajes a través de las palabras— sino también la vida que de ellas nace.
Esto lo comprendí a través de la escritura; observando la relación entre lo vivido y lo escrito, y viceversa. Lo vivido se transforma al ser vertido en palabras, como se transforma al pasar por nosotros la vida o la vivencia al evocarse.
Lo escrito transforma, a su vez, lo que nombra. Lo vuelve, de alguna forma, más sólido; le otorga definición, lo ilumina.
Escribo también, entonces, para arrojar luz a las esquinas de mi mente, al laberinto de los deseos, a los móviles invisibles. Para mirarme de frente y mirar con otra visión el mundo. Para expandir los márgenes de lo conocido.
Escribo porque un día escribí que escribiría. Di mi palabra como la doy ahora.
Escribo con gratitud infinita por la posibilidad de escribir; aun con extrañeza de que las palabras existan. Y con esa misma alegría te invito a sentarte a mi lado, por un momento, para atizar las palabras; para verlas danzar, saltar y diluirse y para que pongas, junto a ellas, también las palabras tuyas.
Que este lugar sea el patio o la terraza de una casa que se ama en la que nos reunimos a conversar.
Y que éste sea el primero de muchos encuentros, en esta nueva aventura.
Con amor,
Meli ♡
Hace tanto que no recibía una carta!!!!
Por los viejos y nuevos tiempos, gracias por abrir una ventana al mundo, que no lleva más que armonía y honestidad.
Finalmente vuelvo a navegar por las aguas digitales, esperando encontrar a quien comparte su manera de embellecer el paisaje.
Gracias… Volveré pronto a visitar tu isla.
¡Gracias Juanma por acompañarme en este viaje! Será una gran alegría encontrarnos por acá e intercambiar ideas, momentos, palabras. Un abrazo 🙌