El universo surgió de una partícula primitiva e infinita de Nada. Antes fue el Silencio y el Vacío, y antes de aquello fueron Mikus y Astar. El Vacío era lo que cabía en la palma de una mano de Astar. Para Mikus, el Silencio era todo lo que habitaba este espacio.
Nadie podrá exponer las razones, puesto que nadie hubo anterior a ellos, lo cierto es que una noche primera, Mikus y Astar cerraron los ojos y se dedicaron a soñar.
Siete noches soñaron que soñaban, y en cada sueño sus ilusiones se fueron prolongando.
La primera noche, sentados lado a lado, Mikus y Astar unieron sus manos, acercando Mikus la mano derecha y Astar la izquierda, de modo que entre ambas formaron un recipiente semicircular.
Soñaron que soplaban siete veces por encima de sus manos, y que de su aliento tibio crecía un viento que giraba y que daba origen a otros vientos. Y decidieron llamarlo aire.
El segundo sueño fue la lluvia. Cerraron Astar y Mikus los ojos, y de sus ojos cerrados cayeron densas y redondas lágrimas, como piedras recién talladas de oscuro topacio, que al caer al vacío se quebraban y hacían nacer nuevas gotas, colmando una a una el cuenco que formaban sus manos. Cuando hubieron abierto los ojos, miraron sus manos repletas de sueños y dijeron al unísono: agua. Y así fue como nacieron los mares que en ese entonces eran un sólo mar.
La tercera noche soñaron Mikus y Astar una luz imposible que se replegaba una y otra vez sobre sí misma, encogiéndose hasta el punto de volverse casi invisible un segundo antes de explosionar. Y abriendo los ojos dijeron: fuego.
Infinitas veces estalló el fuego replicándose y se esparció en partículas incandescentes que viajaron levitando por encima de las aguas. Soñaron que eran estrellas y que la luz era su resultado. Y era la luz la medida de todas las distancias.
Luego pensaron Astar y Mikus —y ya sabemos que las razones nos serán siempre vedadas—que debían los mares reposar su cansancio. De modo que soñaron una cuarta noche, y de su sueño cayeron granos diminutos de polvo dorado que, atravesando las aguas, se instalaron en el fondo de las palmas de sus manos. Pudo el mar descansar sobre ellos, mientras ellos se expandían centuplicándose tanto y tanto que empezó el mar a fragmentarse dejando de ser tal. Entonces hubo que nombrar ese espacio que lo separaba de sí mismo y dijeron Mikus y Astar: tierra, y desearon que sobre la tierra existieran seres fantásticos.
Fue por eso que en la quinta noche, al cerrar los ojos, soñaron una nostalgia de raíces que hizo crecer desde la tierra reposada filamentos blandos y ágiles que se elevaban hacia el aire. Vieron cómo los delgados tallos se tornaron anchos y frondosos, y desde sus múltiples ramas crecieron flores y frutos salvajes. Y ambos dijeron: árboles.
Cuando la noche fue sexta, soñaron Astar y Mikus que las tierras y las aguas, y asimismo el aire, se poblaban de seres fluorescentes y cambiantes, y también a ellos hubo que nombrarlos, por lo que dijeron sonrientes: animales.
Complacidos, observaron cómo todo en su sueño parecía complementarse y expandirse abarcando todo espacio soñado, y creyeron por un instante que era apropiado despertar.
Pero hubo aún una séptima noche en la que Mikus y Astar soñaron una danza, y de su danza surgieron formas aladas, figuras sinuosas que se superponían equidistantes, como dos espejos paralelos que refractan la luz que los traspasa. Y dijeron al mismo tiempo y sin abrir los ojos: soñantes.
Y pronto vieron como todo lo soñado vibraba en absoluta armonía en el infinito espacio de cada una de sus manos, donde antes el Vacío y el Silencio eran todo lo que las habitaba.
Vieron el aire, el agua, el fuego, la tierra, los árboles y los animales reposar en actividad incesante. Y entre todo ello vieron a los soñantes, que, sentados uno al lado del otro, unían sus manos para formar un receptáculo cristalino sobre el que, cerrando los ojos lentamente, comenzaban a soñar.